Platos
Levanta los platos sucios con restos de la cena y siente de pronto un cansancio enorme, algo
que nunca había sentido. Tiene el impulso de decirle a La Señora que se va a
dormir, que limpia mañana. Pero no puede.
Desde la sala de estar llega la voz del Señor pidiendo su café. Los
demás quieren té con canela; ¡té con canela! Hace veinte años que lo prepara, y más de una
vez ha tenido que tomarlo cuando La Señora la invita a sentarse en el sillón.
-Vení Martita, prepará un té, nos sentamos a descansar
un rato y vemos la novela.
-Y esta ¿de qué va a descansar?, piensa Marta.
¡Y claro que quería ver la novela! Sola en su cuarto, en la cama, y quizás tocarse, sentir un poco de placer,
aflojar el cuerpo.
Emilia entra a la cocina y desde su pequeña altura
observa a Marta con fijeza. Nunca la había visto tan quieta. La mujer no dice
nada. La niña abre la heladera, busca su
postre, saca una cuchara y se va.
Por los restos de comida, Marta reconoce de quién es
cada plato. El arroz intacto, La Señora, porque estriñe. Marta, por suerte, no
tiene ese problema. La cebolla amontonadita en el costado, Emilia. El plato
pelado y brillante, Pablo, come mucho de lo que
sea. La carne apenas mordisqueada,
Amalia, ¡quiere ser vegetariana! Salvo a
la siesta, cuando Marta la encuentra comiendo un sándwich de bondiola. Pequeños
restos esparcidos por todo el plato, El Señor, debe tener miedo de que lo
envenenen, porque desmenuza toda la comida y después come dos bocados.
Marta mira sus manos, los dedos gruesos, las venas
marcadas y la mirada se le escapa.
-Qué raro, piensa y un ojo se le mueve sin control. El
párpado cae y oscurece la mitad de lo que ve.
-¿Qué me pasa?, se pregunta en voz alta.
Pero lo que escucha es un ruido extraño que en nada se
parece al sonido de sus palabras. El cuerpo de Marta cae al piso suavemente,
como si resbalara. Y las manos son las últimas en ceder, por eso los platos no
se rompen, y quedan apilados encima de su vientre. El otro ojo mira fijo una esquina del techo, la boca abierta mana una
baba espesa que corre por su cuello.
-¿Qué me pasa?, y Marta se hace esta pregunta desde un
lugar de ella tan profundo que se asombra de lo inmensa que puede ser una
persona por dentro.
El tiempo ha cambiado de forma, es una esfera que se
mueve en todas direcciones y ella adentro suspendida, quieta.
Desde la profundidad escucha voces, gritos, alguien se
interpone en la diagonal de su mirada, ¿una niña?
Los de la ambulancia levantan a Marta, la colocan en
una camilla y parten a toda velocidad hacia el hospital. Le dicen que no se
preocupe, que se va a mejorar. Ella casi no oye. Ella sueña con una niña de
manos delgadas y oscuras, que corre y juega, dibujando sombras en el viento.
Septiembre de
2009