miércoles, 26 de agosto de 2009

Hilachas

Hilachas
Supongamos que tenés sed,
que la lengua se te hace sal en la boca,
que las grietas  de tu piel
guarden la memoria de todo lo vivido.
Supongamos que estés sola.
Que sea en una ciudad llena de nadie y nada.
Que te haces una pregunta
que un recuerdo te susurra la respuesta.
Supongamos que comiences a reír
y se te parte la piel en los labios,
comiences a llorar y tus ojos de agua
te muestren otra ciudad, otra mirada…
Que te invaden caricias, cielos, olores, risas.
Que en tu piel de amapola se resbale un poema,
 de las hojas del libro que tus ojos devoren.

“¡Calla, calla, princesa dice el hada madrina,
en caballo con alas, hacia acá se encamina,
en el cinto la espada y en la mano el azor,
el feliz caballero que te adora sin verte,
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,
a encenderte los labios con su beso de amor!”*

Supongamos ahora que tus ojos se sequen.
Que de nuevo todo es grieta, sal y nada.
Que en tus manos de vieja se deshagan las hojas
del poeta antiguo el verso y la prosa.
Que de nuevo estés sola, muda, ajada.
Supongamos  que  entonces se te acerque la muerte,
que con dedos helados te comience a tocar
que tu piel se transforme por el frío del tacto
en agua de nieve, en espuma de mar.
Que tu último aliento se resbale despacio
en tu piel de amapola marchita y fugaz.
Supongamos también una tumba lejana
te acerques  e intentes mirar,
las letras se escapen, pierden su forma,
reconoces alguna se vuelve a borrar.
Que a tu cuerpo de hilachas lo sacude el viento
lo sube lo baje lo haga girar,
que lo hunda despacio en la tierra profunda
lo acomode en los huesos y se vuelve a escapar.

 Noviembre de 2009





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 *(Extracto de SONATINA de Rubén Darío)