EL
CAMINO DE RETORNO
La pupila dilatada
contiene todo lo que hay. En ella todo se condensa, pequeño e infinito, como un
sueño. Aprovecha el instante de un parpadeo al otro y entra.
Un estallido de luz en
el mundo sin sombras. Todos la ven, pero
nadie la mira. Una mujer desnuda sentada sobre una mesa amamanta a un niño que
la observa con ojos de gato. En la
esquina, parado al lado de una gran olla, un hombre gordo mezcla un potaje
salado y humeante. A su lado una niña descalza llora con el tazón vacío en las
manos. Tres mujeres viejas juntan las sillas para darle la espalda. Es un golpe
tan intenso, que la carne del pecho se le torna violácea. Un murmullo pegajoso, constante, penetra en su oído y
llena su cabeza de gemidos, latidos y ruidos.
Los contornos
indefinidos le sugieren más formas y movimientos, pero no se anima a nada. La
lengua se cristaliza en su boca y los ojos ya no pueden contener lo que ven. ¿Cómo
va hacer ahí, frente a todos? El dolor punzante en el vientre le acusa un deseo
incontenible de orinar. No aguanta más. La vejiga late...las viejas ríen a
carcajadas, el niño eructa y ella se orina. La humedad corre por sus muslos y
el contacto con las sábanas mojadas la despierta. Sus pupilas dilatadas buscan
en la oscuridad el camino de retorno, sabe que algún día se va ha perder para
siempre.
Mayo de 2009