viernes, 27 de abril de 2012

A la hora de la siesta


A la hora de la siesta

El resorte oxidado bajo la cuerina suena como los patos del lago ¡cuicuac, cuicuac! Me paro y me siento cien veces, es muy divertido. Hasta que de pronto al fondo del pasillo estalla una voz como trueno -¡Shssss! Silencio-. Me agarra sentada. Quiero pararme  ¡cuic...! -Quieta. De nuevo ¡cuicu...! Cambio de posición ¡cuicuac! -¡Shssss! He dicho que silencio- No respiro. Ahora respiro. Me recuesto hacia el costado izquierdo y de ahí voy deslizándome lentamente, derritiéndome hacia el suelo. ¡Fiuuu! alivio. Camino lentamente en cuatro patas hacia la galería. Me detengo y escucho. Nada. Muy lentamente abro la puerta mosquitera que se queja de vieja ¡uuiiijj! Quedo como piedra. Escucho nuevamente. Silencio. Me arrastro con los codos por las frías baldosas amarillas; saco primero mi cabeza, luego los hombros y el pecho, la panza, la cola, las piernas y ¡uuiiijj, clack! la puerta se cierra y ¡ja, ja! escapo de un salto al sol de la siesta. 


Abril de 2010

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