A la hora de la siesta
El resorte
oxidado bajo la cuerina suena como los patos del lago ¡cuicuac, cuicuac! Me
paro y me siento cien veces, es muy divertido. Hasta que de pronto al fondo del
pasillo estalla una voz como trueno -¡Shssss! Silencio-. Me agarra sentada.
Quiero pararme ¡cuic...! -Quieta. De
nuevo ¡cuicu...! Cambio de posición ¡cuicuac! -¡Shssss! He dicho que silencio-
No respiro. Ahora respiro. Me recuesto hacia el costado izquierdo y de ahí voy
deslizándome lentamente, derritiéndome hacia el suelo. ¡Fiuuu! alivio. Camino
lentamente en cuatro patas hacia la galería. Me detengo y escucho. Nada. Muy
lentamente abro la puerta mosquitera que se queja de vieja ¡uuiiijj! Quedo como
piedra. Escucho nuevamente. Silencio. Me arrastro con los codos por las frías
baldosas amarillas; saco primero mi cabeza, luego los hombros y el pecho, la
panza, la cola, las piernas y ¡uuiiijj, clack! la puerta se cierra y ¡ja, ja! escapo
de un salto al sol de la siesta.
Abril de 2010
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